La caridad de D96 hecha... ¿por hue*on?

Quienes me han leído desde tiempos inmemorables (cuando mi blog no era un pop blog, ni yo era el Deivis Orozco de los blogs) sabrán que tengo cierta afición por creer en el karma, en los desdoblamientos astrales y hasta en las señales (más que en cualquier religión), y si combinamos estas tres cosas obtenemos...

a) Un pobre estúpido.

b) Un hombre caritativo.

Analicemos la situación y ustedes decidan. El jueves pasado, iba yo regresando de la universidad en esas malditas heces (La ruta S) cuando me quedé dormido (en viajes largos suelo dormir y a veces... hasta hablo!). Supuestamente debía bajarme en el paradero X, normalmente mi reloj interno me despierta unas cuadras antes de llegar (es cierto, por eso aunque dormido, es raro que me pase los paraderos), pero esa noche mi reloj interno me aviso del hecho unas diez cuadras antes y como todavía había tiempo seguí en los brazos de Morfeo un ratito más. Cuando volví a abrir los ojos estaba a tres cuadras de mi destino, así que mismo concierto me hice paso entre las multitudes mientras gritaba “bajo, bajo, carajo” (me salió rima sin hacer esfuerzo) y como la noche es joven, decidí caminar hasta donde supuestamente debí bajar.

Aquella cuadra no estaba vacía, a no más de diez metros, un tío bastante subido de peso caminaba a duras penas con un mocoso de la estatura de SD96, pero un poco mayor. Cuando pase por su lado me preguntó “eres ingeniero?” y como si estuviera en Cámara Escondida, sonreí y afirme. Por que? Supongo pensé necesitaría la ayuda que solo un ingeniero puede dar.

Situaciones en las que se necesita un ingeniero:
- Resolver un problema de matemática.
- Resolver un problema de física.
- Resolver un problema que es físicamente improbable que se resuelva.
- Salir con la ricotona amiga y/o familiar que no tiene cita una noche de sábado y que solo busca una aventura pasajera del tipo sexual y que no busca que la llamen al día siguiente a menos que sea para repetirla.

Por un momento desconfié, pensé que sería asaltado y busqué por todos lados a alguna persona que parezca su cómplice. La calle, además de nosotros, estaba vacía así que eso me tranquilizó. Como dije, el tío estaba bastante subido de peso, con sus lentes rotos, la camisa sin botones, sucio y desesperado. Apenas podía apoyarse en el chibolo que según sus palabras era su nieto y me contó esta historia.

“Yo no soy de Lima, trabajo en el norte y vine a comprar unos repuestos en La Victoria, pero por confiado, me robaron. Me ajaron de mi auto, a mi y a mi nieto, me robaron la billetera, me rompieron la camisa, me golpearon y se lo levaron todo. Me fui a la comisaría a sentar mi denuncia y los policías me pidieron una propina y como no tenía ni un sol, no me atendieron. Yo vine con mi nieto para que el conozca Lima, e prometí llevarlo a un Mc Donald pero ni eso he podido hacer. Quiero llegar a mi casa, más allá de Chosica, pero no tengo un sol. El taxista que me ha traído desde La Victoria se apiadó de mí y me dejo acá en Larco, y por la golpiza que me dieron ya no puedo caminar. Tengo los tobillos hinchados y me muero de frío, solo quiero regresar a mi casa y para ello necesito S/.14.” (esta es la versión resumida)

Caridad... o estupidez? Igual hice una buena acción, no? NO!!!?

Nada me costaba decirle “no tengo”, pero lo vi realmente desesperado al tío. Y eso que tampoco reaccionó a la desesperación (sino pregúntenle a la tía que finge el llanto en el Ovalo Higuereta, la misma que tiene una pinta de ludópata), pues no creo que la lástima sea un medio para lograr un objetivo. Como sea, la historia del tío me llegó a esa fibra sensible que aún vibra en el fondo de mi cuerpo, el alma, y me apiadé. Saqué todo el sencillo que tenía y le di las 14 lucas que me pidió. A continuación, el tío me agradeció infinitamente y cuando ya estaba a punto de irme, me detuvo y me pidió un teléfono donde pueda ubicarme, pues según sus palabras, había sido tan gentil en esta ciudad de Mérida, que me llamaría para devolverme lo que yo le he prestado y quien sabe, tal vez darme una mano. Y se lo di.

Cuando me despedí, lo vi alejarse con el mocoso tan lento como cuando lo vi venir, pensando que hice mi buena acción del día, una buena acción sin buscar nada a cambio. Incluso pensé que sino me hubiera pasado el paradero, no hubiera podido ayudarlo, que mi presencia esa noche había sido por azares del destino y que estaba predestinado a que yo lo ayudara. Me sentí como un engranaje más en la maquinaría del destino y me sentí bien conmigo mismo, como hacía tiempo no me sentía.

Cuando llegué a casa le conté el hecho a mi familia, a lo que me bombardearon con frases como “uy cholo, ya te cuadraron”, “te vieron la cara de hue*ón”, “y si te quitaban todo?”, “pero acaso no sabías que ahora cuadran a las personas con niños al lado?”, “que imbéééécil!!!” (Melcochita dixit) y “como te gusta regalar la plata”. Eso me hizo pensar un poco (con mucho esfuerzo logro hacerlo)... fue cierta toda la historia que el tío me contó o fue puro cuento? Al menos yo le creí, su ropa estaba rota así como sus lentes, sus tobillos estaban hinchados y si no se ponía a llorar era porque no quería hacerlo frente a su nieto. Eso fue lo que creí.

Los días pasan y probablemente nunca sepa más del tío. No es que espere que me pague, pero por un momento le creí que me llamaría. Y si en verdad fue todo un cuento? Y si en verdad es una nueva forma de asalto? Y si en verdad fui engañado? No debería sentirme molesto? No, no lo estoy, aún sigo creyendo que hice algo bueno... pero y si el crimen ha evolucionado tanto que ahora que uno se siente bien siendo asaltado... como una especie bizarra del Síndrome de Estocolmo... pienso (nuevamente)... habré hecho lo correcto? Cada vez más resulta difícil confiar en las personas.